Por Juan de Dios Simón.
La oposición contra la celebración de los 200 años de independencia en Guatemala a celebrarse en septiembre del 2021 tiene diversas razones, pero principalmente un carácter material y subjetivo.
Desde lo material existe una guatemalidad rural que no ha logrado satisfacer ni siquiera los dos peldaños de la categoría de necesidades de Maslow, necesidades biológicas y de seguridad; y en tiempos de pandemia del Covid-19 se indigna ante los millones de quetzales destinados para la celebración. No todos han tenido beneficios materiales ni de la independencia, ni de la vida republicana liberal, ni de la vida democrática. En la actualidad muchos no tienen vivienda, no tienen tierras para cultivar alimentos, no saben leer y escribir, hay bajos niveles de educación básica, bajo acceso a salud, altos porcentajes en desnutrición crónica en niñez menor de 5 años y pocas oportunidades de empleo y que obligan a muchos guatemaltecos a migrar para EE. UU.
Hace poco, viajando para Santa Cruz del Quiché, pasé por Chichicastenango, y en el mercado vi a varios indígenas pobres caminando con cargas y mecapal, todavía caminando descalzos. Me acordé de Ak´abal con su poema “El cielo termina donde comienza el Mecapal”. Esa imagen, muestra de la inequidad y desigualdad en las oportunidades.
Desde el punto de vista subjetivo existe la gran dificultad de identificarse con los símbolos y acciones del bicentenario cuando los héroes, imágenes y discursos de la historia han sido Eurocéntricos, hombres blancos, europeos, académicos, militares y criollos hijos de españoles nacidos en Guatemala. Estos han utilizado al Estado y a la administración pública para promover ideologías de derecha o de izquierdas, sean estos liberales o conversadores, pero ambos han defendidos sus intereses corporativos, de clase, y han tratado a los excluidos como servidumbre, mano de obra barata, mano de obra no calificada y catalogado a los menos favorecidos como “haraganes”, “marías” “indios”, “salvajes”, y “comunistas”.
Cuando en febrero del 2021, el gobierno de Giammattei hizo un acto oficial en Iximché y declaró el inicio de la conmemoración del Bicentenario, llamó la atención la protesta de grupos organizados ya que desde que se utilizó 12 veces el termino de “ruinas de Iximché”, impactó negativamente en la subjetividad y en la conciencia para los que tienen una línea histórica cultural y lingüística de ese lugar, que representa su historia, un lugar sagrado y es un centro espiritual kaqchikel; pero no una simple ruina que viene a sumarse ante la noción que lo indígena y lo rural, no tiene valor.
Yo estudié el nivel primario, en los años 80s durante la época de la confrontación bélica entre el ejército y la guerrilla; entre el choque de potencias de la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS. Mis cuadernos en la primera página estaba la foto del General Lucas Garcia, algunos lo rayábamos y otros lo arrancábamos. Aprendí a recitar que todos éramos guatemaltecos, nos obligaron a recitar la jura a la bandera; y memorizarnos los símbolos patrios del Quetzal, la bandera, la ceiba, la marimba, Tecún Umán, la monja blanca. Todavía marchábamos los 15 de septiembre y hacíamos ensayos para parecernos a los militares marchando orgullosamente por la “patria”, pensando en el “Príncipe Quiché”, y la “sangre de Tecun Umán y por qué el Quetzal tiene el pecho rojo” y pensando por qué Tecun fue un tonto de querer matar al Caballo y no al invasor Pedro de Alvarado. Ahora con certeza comprendo que nos distorsionaron la historia en primaria; y a pesar de la reforma educativa en el país, todavía algunos siguen reproduciendo extractos de la historia contada por los vencedores.
En los años 90s conocí a compañeros que sus padres les quitaron sus apellidos o que el registrador civil, decía “que feo ese nombre”, y escribían lo que se les daba la gana. Uno era de apellido Sotoj, y el registrador le puso Soto, porque sonaba más “guatemalteco no indígena”. Y después de eso, ya no la cambió. Lo asocié después con el programa de ladinización promovida por Justo Rufino Barrios, que por decretos 164 y 165 del 13 de octubre de 1876 ladinizó a la población de San Marcos; y obligó a los indígenas a usar vestimenta “ladina”, y a cambiarse los apellidos. Si hay alguien responsable de la palabra “ladino” en la historia legal de Guatemala, es precisamente don Justo Rufino Barrios.
¡Ahora bien!; ¿Se celebra un bicentenario por amor a la patria, o por obligación a la patria? Quizá los únicos que lo pueden celebrar genuinamente con amor son los hijos de españoles y europeos nacidos en Guatemala, incluida las 8 familias poderosas que han heredado el poder económico y político del país. Pero todos los demás lo celebrarán por obligación, clase media, trabajadora y funcionarios de Estado; son trabajadores temporales que no representan intereses de su clase, ni de pueblos, ni de comunidades lingüísticas sino intereses individuales que avalan la visión elitista y se empatan con el pacto de gobierno que domina todo el andamiaje material y subjetivo de Guatemala.
Algún día se podría celebrar genuinamente si nuestra ciudadanía y nacionalidad fuera para todos. Que deje de ser una patria neocolonial o de criollos; y sea una patria para todos, del mestizo, del garífuna, del xinka, de mayas e inmigrantes aliados a la justicia, derechos humanos y dignidad.
Si la celebración del bicentenario en el 2021 es solo por visibilizar los logros plutocráticos de criollos, hijos de españoles y europeos con ciertos recursos, encontrará indignación y oposición desde los ladinos-mestizos pobres, pueblos indígenas mayas, xinkas y garífunas; que, aunque les obliguen a echarse un vino y griten “salud”, en su subjetividad verán un bicentenario del patrono, del encomendero, del capataz, del corregidor que, con la ley de la vagancia y la ley de jornaleros, obligó históricamente a muchos a trabajar de manera gratuita en la finca de cafetaleros, azucareros, bananeras, a prestar servicio militar, a partir piedras y de quienes le despojaron de sus valores culturales y religiosos.
Se acordarán de los siglos de racismo blanco y racismo negro como lo definió Juan Inés de Sepúlveda.
Ojalá la fecha del bicentenario se transforme en una conmemoración de diálogos con propuestas entre personas de culturas diferentes, sectores diferentes y se avance a esa Guatemala que todos queremos, desarrollada, democrática y con igualdad de oportunidades para las personas, pueblos y culturas. Algo ha propuesto la USAC, y la Fundación María y Antonio Goubaud Carrera, pero debe profundizarse a nivel de la sociedad civil.
La patria de todos es posible, lo hemos visto en EE. UU. que, aunque al inicio los afroamericanos no eran parte del famoso “We the People”, han venido resignificando ese dicho en su acta de independencia, y Martin Luther King, Barack Obama o Colin Powell han tenido protagonismo en su historia. Con el tiempo han logrado llevar a presidente, senadores y gobernadores en la gestión pública.
La segregación en Sur África legalmente ha disminuido por el trabajo de Nelson Mandela y su visión, de que la experiencia de los blancos en la administración de un nuevo Estado es bienvenida para la nueva construcción de país.
A 200 años después, debe haber una transformación positiva y duradera para que nos veamos de frente, y ya no vivir de espaldas, como lo decía Lucho Macas de Ecuador.
Si tan solo se eliminara la corrupción y se usaran bien el dinero en educación para todos, salud para todos y oportunidades de trabajo, no habría mayor rezago en el desarrollo del país y contribuiríamos todos a la economía, a la política y cultura. Si tan solo se aceptara que, la diversidad es riqueza y aunque somos diferentes en culturas, pero iguales en derechos, quizá el Inguat no estaría promoviendo la ilusión del folclor, disfrazando a actores y artesanías, sino tuviera verdaderos embajadores de la cultura y arte de todos los pueblos que conforman el Estado y las nacionalidades guatemaltecas. ¿Qué herencia dejaremos a la niñez de Guatemala?
Parafraseando a Mandela sobre su discurso sobre la democracia diría: “Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia y los 200 años de historia de la independencia, es una cáscara vacía sin beneficio material ni espiritual, aunque los ciudadanos voten y tengan gobierno”.