jueves, 26 de mayo de 2022

El valor de la educación: Inspirado por el ejemplo de mis sobrinas Lilian, Sindi y Marlen.

Por Juan de Dios Simón. 

Todavía recuerdo, al profesor de Harvard Dr. Terrence Tivnan que nos impartió el curso de Estadística aplicada a la educación; en una de sus clases nos contaba que había una correlación de a mayor nivel socioeconómico de los padres, más desarrollo cognitivo de los hijos e hijas. Obviamente asociaba que un padre o madre con mejores niveles de educación formal y con una ocupación profesional, vinculado a su educación, influía positivamente en el desarrollo de la inteligencia y luego a habilidades afectivas y psicomotrices de los hijos e hijas. Posteriormente, el Dr. Ernesto Schiefelbein nos hizo una pregunta que me dejó un poco traumado. Preguntó cuantos de nosotros teníamos padres que tenían un nivel de doctorado, o una maestría, una licenciatura, un highschool, o solo la básica; y de allí, a la medida que levantábamos las manos, él sacaba la estadística del grupo de la clase; yo decía, ¿Seré la excepción que pongo a prueba esa regla?. 


 Vengo de padres trabajadores y emprendedores que apostaron por la educación de sus hijos e hijas, de referente de tíos (Tío Ricardo) y hermanos (Santiago, Manuel, Juventino) que se formaron como docentes, se dedicaron a la docencia. Manuel y Camila crearon colegios bilingües e interculturales, -y ahora viven de su jubilación-, pero no vengo de padres y abuelos con títulos de doctorados, maestrías ni de licenciaturas; tampoco vengo de padres y abuelos asociados a la expresión política o que hayan trabajado en la burocracia internacional o en puesto de prestigio en el gobierno; pero ¡aquí estoy!, me decía.  
La historia en esas aulas gradualmente se transformaba. Luego él hizo otra pregunta más controversial ¿Cuántos se graduaron de universidades privadas, y cuantos vienen de universidades públicas? De todos los estudiantes de Latinoamérica, solo yo levanté la mano que venía de una Licenciatura de Universidad Pública, (La Universidad de San Carlos de Guatemala) y los demás compañeros de México, Chile, Brasil, y Colombia indicaron que venían de universidades privadas; principalmente católicas. Muchos de los estudiantes europeos y estadounidenses si venían de Universidades Públicas pero obviamente existía la percepción que graduarse de una Universidad Pública en un país catalogado “desarrollado” de Europa y EE. UU. no era comparado con la muestra estadística de quienes éramos de Latinoamérica. 

Pudo haber sido ese prejuicio hacia la calidad educativa de las Universidades estatales y públicas de Latinoamérica, que previo a iniciar la maestría, me pidieron como requisito de entrada ir 3 meses antes a Cambridge y sacar cursos de nivelación en un programa intensivo de preparación para entrar a la Maestría en Harvard. Esto además de pasar los exámenes del idioma inglés TOEFL y GRE. 

Asocié esa percepción después, cuando en Appian Way, el profesor dijo ¿Tu vienes de una Universidad Pública? Si, contesté. Bueno!.. en algunos países, siempre hay más de alguna universidad pública buena, dijo. Su respuesta que implicaba una excepción y causalidad me quedó rondando en la mente hasta estos días. ¿Será la Universidad la que forma? ¿Serán las experiencias de vida y decisiones personales que tomé en mi juventud? ¿Serán las oportunidades de haber aprendido inglés como estudiante de intercambio y el aprovechamiento de estas, lo que hace la diferencia? En fin, no hay respuestas únicas, pero puedo decir que hay diversos factores que influyen; a veces la historia, las causas, o quizá el amor a tu familia pero en lo personal, siempre existió deseos inexplicables de lograr metas y situaciones que por muy difíciles que sean, uno está motivado en su interior para luchar por una causa, por la justicia social o por la superación personal. 

A pesar de que la obtención de títulos universitarios no garantiza tener trabajos, buenos salarios, ascenso social y desarrollarse plenamente en la sociedad guatemalteca, en general está demostrado que a mayor nivel de educación formal hay mayores oportunidades para lograr mejores salarios, el bienestar material, subjetivo y relacional de las personas.  A pesar de la controversia de la generación de los Baby Boomers y generación X; la educación sigue siendo un derecho habilitante, a través de ella conocemos otros derechos y libertades fundamentales. Nos posibilita a vivir y promover un mejor desarrollo humano con respeto a la naturaleza. La educación con calidad (útil y pertinente) sigue generando capacidades cognitivas y procedimentales,  oportunidades para mejorar la posición económica, generar redes, mejorar las relaciones con personas y entidades de diferentes culturas y países; a la vez resulta un eficaz protector social frente al riesgo de desempleo, en tiempos de crisis. 

Escribo esto, por el valor de la educación en la familia. Con mucha satisfacción veo a mis apreciadas sobrinas veinteañeras (la nueva generación) graduarse a nivel universitario, orgullosas de su identidad y cultura maya kaqchikel, con claridad en su fe cristiana, con agencia y reduciendo brechas de oportunidades de la multidimensionalidad de factores que influyen en el desarrollo de sus familias y comunidades. Seguramente hubo sacrificios financieros de sus padres y madres, horas de desvelos, limitado tiempo para divertirse, no comer a tiempo y quizá hasta dejaron en el camino, corazones rotos de chicos enamorados, pero perseveraron hasta lograr su meta académica. ¿De dónde surgió el deseo intrínseco de estudiar y culminar los estudios?; ¿Había alguna convicción personal de que la escolarización es bueno y es útil? quizá por la historia familiar, por ser mujer, por compromiso y amor propio, por ver satisfacción en sus padres, por un mejor futuro, por la identidad colectiva, o lo que sea, pero al final, toda meta académica ha sido para el beneficio de ellas mismas. El estudiar y trabajar, ya ha hecho la diferencia en la familia. 

Esta nueva realidad, es una continuación histórica de los sueños de quienes en décadas anteriores, superaron situaciones vinculadas a la exclusión, carencia y discriminación. Esto contrasta con lo que los abuelos y abuelas sufrieron, porque antes, era un castigo ir a la Escuela. ¡Si te portas mal, te vas a la Escuela!; decían!. Esto porque en esa Escuela bancaria de antaño, el maestro monocultural y monolingüe, ejercía violencia física, despojaba la identidad, la lengua, los contenidos locales y la dignidad de los estudiantes kaqchikeles, con sus programas de castellanización o de asimilación. Si nos vemos en el espejo de la historia, a veces creemos que no hemos cambiado, pero al ver las fotografías del pasado familiar, (como éramos y como estamos ahora) vemos que si ha habido progreso integral. 

Una sobrina se graduó de la Facultad de Ciencias Médicas como Medico y Cirujano (Lilian Azucena), otra se graduó de la Facultad de Agronomía como Ingeniera Agrónoma y Recursos Naturales (Sindi Benita), y la última se graduó de la Facultad de Humanidades como Pedagoga y Administradora educativa (Marlen Oneida). Las tres están trabajando. Tío, mensualmente cae mi salario! Me dijo una de ellas. Entre más ayudo y atiendo a las personas, más beneficio obtengo, dijo la otra. Ya estoy ahorrando para mi nueva casa, dijo la otra. En tiempo de crisis y recesión económica generada por el COVID-19, tener un salario permanente vale “oro” pero al mismo tiempo abona a un salario emocional; constituidos por la estabilidad y beneficios no monetarios que se producen en la parte subjetiva y relacional con la familia, amigos y colegas de trabajo. 

Según me cuentan, una sobrina busca una especialización y una beca de post grado para el extranjero; otra quiere, además del trabajo, iniciar un emprendimiento propio. La otra trabaja, ha viajado al extranjero y desea contribuir con su especialidad a la docencia y ayudar a profesionales a mejorar el servicio al país.  Ellas son la nueva generación de la familia, que materializan los sueños, anhelos e ilusiones de sus padres, abuelos y generaciones que desde el siglo XVIII se viene tejiendo; y que gradualmente han superado la pobreza material. 

Estas mujeres jóvenes con su esfuerzo están rompiendo paradigmas. No hay regresión en una autonomía que rompe gradualmente el estereotipo histórico que por ser mujer, ellas “no debían estudiar”; “no proveer a sus familias”, o “no tener títulos de propiedad” por el hecho de ser mujeres. Ellas son jóvenes profesionales, tienen un marco mental evolucionado, viven en medio de la tecnología y entornos virtuales, con nuevos desafíos y oportunidades. Ellas liderarán sus familias y sus hijos e hijas, algún día.  Se repetirán esas preguntas: ¿Qué nivel de educación tienen sus padres? ¿Estudiaron en Universidades Públicas o Privadas?, Ellas enfrentarán los desafíos complejos de sus tiempos, pero sabrán resolverlo. Desde ahora, ellas ya están conscientes de una verdad anunciada por la UNICEF, quien educa a una mujer educa a una familia y quien educa a una familia educa a una comunidad. 

Una mujer, además de la parte económica o estatus social, ve la nutrición, la salud, los valores y crecimiento integral de sus hijos e hijas; en un todo. Sumado a esto, el motor de desarrollo del amor y querer ver con mayor bienestar a sus hijos e hijas, generan un legado de generación a generación de valores y principios; que en el caso particular de la familia se concreta en la vivencia de prácticas sustentadas en la filosofía maya y de la teología judío-cristiana. 

Mis sobrinas, están cosechando con regocijo lo que con lágrimas sembraron; las veo participar en ponencias sobre la protección del medio ambiente, en dirigir grupos de líderes y docentes, en dar tratamientos médicos a personas de diferentes edades; en reiniciar nuevos ciclos y retos de aprendizajes; ejercen su derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión; manejan sus autos, viajan en avión y hablan inglés. 

Ha sido un privilegio verlas triunfar, y atestiguar hasta la fecha sus ciclos de vida. La educación con trabajo duro, ha sido el camino y es uno de los factores que más ha transformado a nuestra familia Simón. 

Se cumplen los sueños de quienes ya nos precedieron (QEPD) Pedro Simón Gomez, Mercedez Sotz Salazar, Manuel Pantaleón Simón y Flavio Tartón Corona. Y los títulos colgados en las paredes, corona el esfuerzo de las madres Camila Mendoza Perez y Marta Isabel Simón. 

Los emprendimientos de negocios de nuestros padres y madres contribuyeron a nuestra educación; y ahora con una educación formal se contribuye a nuevos emprendimientos para la nueva generación. Las nuevas profesionales, tienen las herramientas procedimentales, acceso a la información mundial y sus decisiones sobre el ser, el saber, el hacer y el convivir con quienes desean, los marcará a lo largo de su vida. 

¿Viven ellas mejor que sus padres y madres que crecieron en los años 70s y 80s? Definitivamente Si.  Son buen ejemplo de disciplina para los demás sobrinos y sobrinas, hijos e hijas para seguir estudiando, no darse por vencido (no tirar la toalla), a graduarse, a romper el ciclo de pobreza de generaciones, y vivir en el mundo profesional y laboral donde ya no solo importa la formación académica, sino también la experiencia, la ética profesional, la capacidad de trabajar en equipos, hablar otros idiomas, sentir empatía por los demás y las habilidades de interrelacionarse con personas de diferentes pensamientos, lenguas y culturas. 

Sobrinas, ¿Cuánto hemos influido los padres, tíos y tías en su formación?; quisiéramos pensar que hemos sido una luz, un buen referente y haber influido e inspirado más; pero de seguro mis apreciadas sobrinas están abriendo nuevos caminos por sí mismas, nuevos senderos y nuevas oportunidades por sí mismas y para las generaciones venideras. Que nadie tenga en poco su juventud, que no les falte el análisis crítico, la belleza, la música, la poesía y su desarrollo espiritual se mantenga. Ya vendrán las familias y los hijos e hijas, si es su elección pero no por imposición social. Malala Yousafzai, dijo un dia “Vayan y cambien el mundo”; ustedes ya están cambiando el suyo. Felicidades. Nimatyoxij chire´ri ajaw, ri Uk'u'x Kaj, Uk'u'x Ulew roma ri Kikotemal pa qa K’aslem. Ti chajij iwi´, Kixkikot wach’alal.