Todavía recuerdo, al profesor de Harvard Dr. Terrence Tivnan que nos impartió el curso de Estadística aplicada a la educación; en una
de sus clases nos contaba que había una correlación de a mayor nivel
socioeconómico de los padres, más desarrollo cognitivo de los hijos e hijas.
Obviamente asociaba que un padre o madre con mejores niveles de educación formal
y con una ocupación profesional, vinculado a su educación, influía positivamente
en el desarrollo de la inteligencia y luego a habilidades afectivas y
psicomotrices de los hijos e hijas.
Posteriormente, el Dr. Ernesto Schiefelbein
nos hizo una pregunta que me dejó un poco traumado. Preguntó cuantos de nosotros
teníamos padres que tenían un nivel de doctorado, o una maestría, una
licenciatura, un highschool, o solo la básica; y de allí, a la medida que
levantábamos las manos, él sacaba la estadística del grupo de la clase; yo
decía, ¿Seré la excepción que pongo a prueba esa regla?.
Vengo de padres
trabajadores y emprendedores que apostaron por la educación de sus hijos e
hijas, de referente de tíos (Tío Ricardo) y hermanos (Santiago, Manuel,
Juventino) que se formaron como docentes, se dedicaron a la docencia. Manuel y
Camila crearon colegios bilingües e interculturales, -y ahora viven de su
jubilación-, pero no vengo de padres y abuelos con títulos de doctorados,
maestrías ni de licenciaturas; tampoco vengo de padres y abuelos asociados a la
expresión política o que hayan trabajado en la burocracia internacional o en
puesto de prestigio en el gobierno; pero ¡aquí estoy!, me decía.
La historia en esas aulas gradualmente se transformaba. Luego él hizo otra pregunta más controversial
¿Cuántos se graduaron de universidades privadas, y cuantos vienen de
universidades públicas? De todos los estudiantes de Latinoamérica, solo yo
levanté la mano que venía de una Licenciatura de Universidad Pública, (La
Universidad de San Carlos de Guatemala) y los demás compañeros de México, Chile,
Brasil, y Colombia indicaron que venían de universidades privadas;
principalmente católicas. Muchos de los estudiantes europeos y estadounidenses
si venían de Universidades Públicas pero obviamente existía la percepción que graduarse de una Universidad
Pública en un país catalogado “desarrollado” de Europa y EE. UU. no era
comparado con la muestra estadística de quienes éramos de Latinoamérica.
Pudo
haber sido ese prejuicio hacia la calidad educativa de las Universidades
estatales y públicas de Latinoamérica, que previo a iniciar la maestría, me
pidieron como requisito de entrada ir 3 meses antes a Cambridge y sacar cursos
de nivelación en un programa intensivo de preparación para entrar a la Maestría
en Harvard. Esto además de pasar los exámenes del idioma inglés TOEFL y GRE.
Asocié esa percepción después, cuando en Appian Way, el profesor dijo ¿Tu vienes
de una Universidad Pública? Si, contesté. Bueno!.. en algunos países, siempre
hay más de alguna universidad pública buena, dijo. Su respuesta que implicaba una
excepción y causalidad me quedó rondando en la mente hasta estos días. ¿Será la
Universidad la que forma? ¿Serán las experiencias de vida y decisiones
personales que tomé en mi juventud? ¿Serán las oportunidades de haber aprendido
inglés como estudiante de intercambio y el aprovechamiento de estas, lo que hace
la diferencia? En fin, no hay respuestas únicas, pero puedo decir que hay
diversos factores que influyen; a veces la historia, las causas, o quizá el amor a tu
familia pero en lo personal, siempre existió deseos inexplicables de lograr metas y situaciones
que por muy difíciles que sean, uno está motivado en su interior para luchar por
una causa, por la justicia social o por la superación personal.
A pesar de que
la obtención de títulos universitarios no garantiza tener trabajos, buenos
salarios, ascenso social y desarrollarse plenamente en la sociedad guatemalteca, en general está
demostrado que a mayor nivel de educación formal hay mayores oportunidades para
lograr mejores salarios, el bienestar material, subjetivo y relacional de las personas. A pesar de
la controversia de la generación de los Baby Boomers y generación X; la
educación sigue siendo un derecho habilitante, a través de ella conocemos otros
derechos y libertades fundamentales. Nos posibilita a vivir y promover un mejor
desarrollo humano con respeto a la naturaleza. La educación con calidad (útil y
pertinente) sigue generando capacidades cognitivas y procedimentales, oportunidades para mejorar la posición económica,
generar redes, mejorar las relaciones con personas y entidades de diferentes
culturas y países; a la vez resulta un eficaz protector social frente al riesgo
de desempleo, en tiempos de crisis.
Escribo esto, por el valor de la educación
en la familia. Con mucha satisfacción veo a mis apreciadas sobrinas veinteañeras
(la nueva generación) graduarse a nivel universitario, orgullosas de su
identidad y cultura maya kaqchikel, con claridad en su fe cristiana, con agencia
y reduciendo brechas de oportunidades de la multidimensionalidad de factores que
influyen en el desarrollo de sus familias y comunidades. Seguramente hubo
sacrificios financieros de sus padres y madres, horas de desvelos, limitado
tiempo para divertirse, no comer a tiempo y quizá hasta dejaron en el camino,
corazones rotos de chicos enamorados, pero perseveraron hasta lograr su meta
académica. ¿De dónde surgió el deseo intrínseco de estudiar y culminar los
estudios?; ¿Había alguna convicción personal de que la escolarización es bueno y
es útil? quizá por la historia familiar, por ser mujer, por compromiso y amor
propio, por ver satisfacción en sus padres, por un mejor futuro, por la
identidad colectiva, o lo que sea, pero al final, toda meta académica ha sido
para el beneficio de ellas mismas. El estudiar y trabajar, ya ha hecho la diferencia en la familia.
Esta
nueva realidad, es una continuación histórica de los sueños de quienes en
décadas anteriores, superaron situaciones vinculadas a la exclusión, carencia y
discriminación. Esto contrasta con lo que los abuelos y abuelas sufrieron,
porque antes, era un castigo ir a la Escuela. ¡Si te portas mal, te vas a la
Escuela!; decían!. Esto porque en esa Escuela bancaria de antaño, el maestro
monocultural y monolingüe, ejercía violencia física, despojaba la identidad, la
lengua, los contenidos locales y la dignidad de los estudiantes kaqchikeles, con
sus programas de castellanización o de asimilación. Si nos vemos en el espejo de
la historia, a veces creemos que no hemos cambiado, pero al ver las fotografías del pasado familiar, (como éramos y como estamos ahora) vemos que si ha habido progreso integral.
Una sobrina se
graduó de la Facultad de Ciencias Médicas como Medico y Cirujano (Lilian
Azucena), otra se graduó de la Facultad de Agronomía como Ingeniera Agrónoma y
Recursos Naturales (Sindi Benita), y la última se graduó de la Facultad de
Humanidades como Pedagoga y Administradora educativa (Marlen Oneida). Las tres
están trabajando. Tío, mensualmente cae mi salario! Me dijo una de ellas. Entre
más ayudo y atiendo a las personas, más beneficio obtengo, dijo la otra. Ya estoy
ahorrando para mi nueva casa, dijo la otra. En tiempo de crisis y recesión
económica generada por el COVID-19, tener un salario permanente vale “oro”
pero al mismo tiempo abona a un salario emocional; constituidos por la
estabilidad y beneficios no monetarios que se producen en la parte subjetiva y
relacional con la familia, amigos y colegas de trabajo.
Según me cuentan, una sobrina
busca una especialización y una beca de post grado para el extranjero; otra
quiere, además del trabajo, iniciar un emprendimiento propio. La otra trabaja,
ha viajado al extranjero y desea contribuir con su especialidad a la docencia y
ayudar a profesionales a mejorar el servicio al país. Ellas son la nueva
generación de la familia, que materializan los sueños, anhelos e ilusiones de
sus padres, abuelos y generaciones que desde el siglo XVIII se viene tejiendo; y
que gradualmente han superado la pobreza material.
Estas mujeres jóvenes con su
esfuerzo están rompiendo paradigmas. No hay regresión en una autonomía que
rompe gradualmente el estereotipo histórico que por ser mujer, ellas “no debían
estudiar”; “no proveer a sus familias”, o “no tener títulos de propiedad” por el
hecho de ser mujeres. Ellas son jóvenes profesionales, tienen un marco mental
evolucionado, viven en medio de la tecnología y entornos virtuales, con nuevos
desafíos y oportunidades. Ellas liderarán sus familias y sus hijos e hijas,
algún día. Se repetirán esas preguntas: ¿Qué nivel de educación tienen sus
padres? ¿Estudiaron en Universidades Públicas o Privadas?, Ellas enfrentarán los
desafíos complejos de sus tiempos, pero sabrán resolverlo. Desde ahora, ellas ya
están conscientes de una verdad anunciada por la UNICEF, quien educa a una mujer
educa a una familia y quien educa a una familia educa a una comunidad.
Una
mujer, además de la parte económica o estatus social, ve la nutrición, la salud,
los valores y crecimiento integral de sus hijos e hijas; en un todo. Sumado a
esto, el motor de desarrollo del amor y querer ver con mayor bienestar a sus
hijos e hijas, generan un legado de generación a generación de valores y
principios; que en el caso particular de la familia se concreta en la vivencia
de prácticas sustentadas en la filosofía maya y de la teología judío-cristiana.
Mis sobrinas, están cosechando con regocijo lo que con lágrimas sembraron; las
veo participar en ponencias sobre la protección del medio ambiente, en dirigir
grupos de líderes y docentes, en dar tratamientos médicos a personas de
diferentes edades; en reiniciar nuevos ciclos y retos de aprendizajes; ejercen
su derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión; manejan sus
autos, viajan en avión y hablan inglés.
Ha sido un privilegio verlas triunfar, y
atestiguar hasta la fecha sus ciclos de vida. La educación con trabajo duro, ha sido el camino y
es uno de los factores que más ha transformado a nuestra familia Simón.
Se
cumplen los sueños de quienes ya nos precedieron (QEPD) Pedro Simón Gomez,
Mercedez Sotz Salazar, Manuel Pantaleón Simón y Flavio Tartón Corona. Y los
títulos colgados en las paredes, corona el esfuerzo de las madres Camila Mendoza
Perez y Marta Isabel Simón.
Los emprendimientos de negocios de nuestros padres y
madres contribuyeron a nuestra educación; y ahora con una educación formal se
contribuye a nuevos emprendimientos para la nueva generación. Las nuevas
profesionales, tienen las herramientas procedimentales, acceso a la información
mundial y sus decisiones sobre el ser, el saber, el hacer y el convivir con
quienes desean, los marcará a lo largo de su vida.
¿Viven ellas mejor que sus
padres y madres que crecieron en los años 70s y 80s? Definitivamente Si. Son
buen ejemplo de disciplina para los demás sobrinos y sobrinas, hijos e hijas
para seguir estudiando, no darse por vencido (no tirar la toalla), a graduarse,
a romper el ciclo de pobreza de generaciones, y vivir en el mundo profesional y
laboral donde ya no solo importa la formación académica, sino también la
experiencia, la ética profesional, la capacidad de trabajar en equipos, hablar
otros idiomas, sentir empatía por los demás y las habilidades de
interrelacionarse con personas de diferentes pensamientos, lenguas y culturas.
Sobrinas, ¿Cuánto hemos influido los padres, tíos y tías en su formación?;
quisiéramos pensar que hemos sido una luz, un buen referente y haber influido e inspirado
más; pero de seguro mis apreciadas sobrinas están abriendo nuevos caminos por sí
mismas, nuevos senderos y nuevas oportunidades por sí mismas y para las
generaciones venideras. Que nadie tenga en poco su juventud, que no les falte el
análisis crítico, la belleza, la música, la poesía y su desarrollo espiritual se
mantenga. Ya vendrán las familias y los hijos e hijas, si es su elección pero no
por imposición social. Malala Yousafzai, dijo un dia “Vayan y cambien el mundo”;
ustedes ya están cambiando el suyo. Felicidades.
Nimatyoxij chire´ri ajaw, ri Uk'u'x Kaj, Uk'u'x Ulew roma ri Kikotemal pa qa
K’aslem. Ti chajij iwi´, Kixkikot wach’alal.
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